Keiji caminaba con pasos
temblorosos. Aiko iba a su lado, observándolo todo con los ojos muy abiertos,
pero en ellos no había ni una sola lágrima. Otras personas iban por las mismas
calles que ellos buscando a sus seres queridos. El tsunami se lo había llevado
todo, sin distinguir a unas personas de otras. Llegaron al lugar donde había
estado su casa. Ahora ya no quedaba nada. Un amasijo de vigas y escombros
ocupaba el lugar donde había estado su hogar. Aiko pisó algo blando. Levantó el
pie para ver de qúe se trataba. Era una muñeca. Se agachó para recogerla. Había
sido el regalo que le hizo Keiji cuando se mudaron a aquella casa para vivir
juntos. La muñeca todavía conservaba su ropa: un kimono azul oscuro decorado
con estrellas brillantes, imitando al firmamento nocturno. El torrente de
recuerdos se desató en su mente como un animal encerrado al que le hubieran
abierto la puerta de su jaula. Pero no podía llorar, en ese momento no. Abrazó
con fuerza a Keiji, que la sostuvo entre sus brazos. Tiró de ella para alejarla
de allí. Aiko miró por última vez los restos de su casa.
Esperaba regresar algún día, pues
una parte de su vida se había quedado con aquella casa.
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