viernes, 3 de junio de 2011

La reina guerrera

Tenía que darse prisa. Espoleó a la yegua alazana que montaba. El animal ya no podía ir más rápido. Al llegar a la puerta del palacio tiró fuertemente de las riendas, haciendo que la yegua se encabritara. Bajó de un salto y al instante dos guardias le cerraron el paso. Ya esperaba encontrarse en esas circunstancias. Los dos guardias portaban largas picas, amenazando con ensartarla si no tenía la suficiente agilidad. El primero se acercó a ella enarbolando la pica y descargó un potente golpe directo a su pecho. Syrah desenvainó la espada que llevaba sujeta a la espalda justo a tiempo de parar el golpe, con la mano libre agarró la pica del hombre y le ensartó con su espada. Se volvió hacia el otro guardia, que viendo la suerte que había corrido su compañero, se apresuró a entrar en el palacio a dar la voz de alarma. Syrah no se molestó en perseguirle. Esbozó una sonrisa. Más guardias significaban más diversión para ella. "No", sacudió la cabeza para quitarse ese pensamiento de encima. Más guardias significaban perder más tiempo. Limpió la sangre de la espada en la ropa del hombre y se adentró con pasos rápidos en el palacio. No había ningún criado en los pasillos, estaban todos pendientes de la coronación. Giró a la derecha por un pasillo lleno de escudos de armas de otras casas nobles y se topó con un grupo de cinco hombres más. Los soldados, al verla, desenvainaron sus espadas. Syrah ya tenía la suya en la mano derecha. Sopesó sus posibilidades. El de la izquierda del todo no sabía ni sostener bien el arma, y los demás confiaban demasiado en su superioridad numérica. Atacaron todos a la vez. "Empieza el baile", pensó Syrah. Centró su objetivo en el soldado menos experimentado, esperó hasta tenerlo justo encima de ella y le cortó el cuello limpiamente con la espada. Aprovechó la fuerza de su impulso para parar una estocada directa a su abdomen. Con la mano libre sacó una de las dagas que llevaba en el cinturón y se la clavó a otro soldado en las costillas. Sólo quedaban tres, que inteligentemente se habían alejado unos pasos de ella. La habían subestimado, y eso les había costado la vida de dos hombres. Esta vez fue Syrah quien atacó. Cruzó su espada con la del soldado y le dio un rodillazo en la entrepierna que lo hizo caer de rodillas. Le clavó la daga en el pecho. Se giró justo a tiempo para ver cómo el siguiente soldado descargaba su arma sobre ella. Se tiró al suelo y rodó para esquivar el filo del arma. El otro soldado se mantenía al margen, observando cualquier posibilidad de alcanzarla si bajaba la guardia. "Cobarde", pensó. Se levantó con rapidez, justo a tiempo para parar otra estocada del soldado. Con la daga hizo palanca entre el filo de las dos espadas y le arrancó el arma de las manos, que cayó a unos metros de ellos. El soldado se miró las manos atónito. Luego alzó la vista, siguiendo con los ojos la trayectoria de la espada de Syrah, que se clavó en su abdomen. Syrah, sin sacar la espada de su cuerpo, giró la cabeza para mirar al soldado que quedaba, que tiró su espada al suelo y salió corriendo para alejarse de ella. "Cobarde", volvió a pensar. Con la mano libre y una rapidez inusitada sacó otra daga de su cinturón, un poco más corta que la anterior, y la lanzó hacia el soldado. El arma se clavó entre sus omóplatos, atravesándolo y haciéndolo caer al suelo. Syrah extrajo su espada del cadáver y recuperó la daga, devolviéndola a su funda. Ya no podía permitirse perder más tiempo, o Sean sería coronado rey antes de que ella pudiese hacer nada. Se dirigió a la sala del trono. De una patada abrió las enormes puertas. Los murmullos de la sala cesaron y los ojos de más de cien nobles se dirigieron hacia ella. Debía tener un aspecto aterrador, pensó, empuñando una espada en una mano y una daga en la otra, y cubierta de sangre de pies a cabeza. Las damas allí presentes soltaron un gritito agudo. Syrah estaba segura de que alguna de ellas se desmayó. Sobre el estrado donde se hallaba el trono, el chambelán real tenía la corona entre sus manos, dispuesto a colocársela a Sean sobre la cabeza.


-¡Alto! ¡El hombre que está ahí arriba es un impostor! -gritó señalando a Sean. El chambelán se quedó paralizado con la corona en las manos.

-¿Cómo osas interrumpir esta ceremonia, plebeya? -Sean, indignado, la fulminó con la mirada.

-¿Plebeya? ¿Es que ya no me reconocéis, príncipe Sean? -dijo ella, recalcando las dos últimas palabras con tono de burla.

Entonces Sean se tapó la boca con las manos y ahogó un grito. Syrah continuó hablando.

-Me llamo Syrah, y soy vuestra reina.

1 comentario:

  1. bueno bueno bueno... k bien lo has explicado, una acción rápida y fulminante, como me gustan los combates, otaku cada vez me sorprendes mas :)

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