Tenía que darse prisa. Espoleó a
la yegua alazana que montaba. El animal ya no podía ir más rápido. Al llegar a
la puerta del palacio tiró fuertemente de las riendas, haciendo que la yegua se
encabritara. Bajó de un salto y al instante dos guardias le cerraron el paso.
Ya esperaba encontrarse en esas circunstancias. Los dos guardias portaban
largas picas, amenazando con ensartarla si no tenía la suficiente agilidad. El
primero se acercó a ella enarbolando la pica y descargó un potente golpe
directo a su pecho. Syrah desenvainó la espada que llevaba sujeta a la espalda
justo a tiempo de parar el golpe, con la mano libre agarró la pica del hombre y
le ensartó con su espada. Se volvió hacia el otro guardia, que viendo la suerte
que había corrido su compañero, se apresuró a entrar en el palacio a dar la voz
de alarma. Syrah no se molestó en perseguirle. Esbozó una sonrisa. Más guardias
significaban más diversión para ella. "No", sacudió la cabeza para
quitarse ese pensamiento de encima. Más guardias significaban perder más
tiempo. Limpió la sangre de la espada en la ropa del hombre y se adentró con
pasos rápidos en el palacio. No había ningún criado en los pasillos, estaban
todos pendientes de la coronación. Giró a la derecha por un pasillo lleno de
escudos de armas de otras casas nobles y se topó con un grupo de cinco hombres
más. Los soldados, al verla, desenvainaron sus espadas. Syrah ya tenía la suya
en la mano derecha. Sopesó sus posibilidades. El de la izquierda del todo no
sabía ni sostener bien el arma, y los demás confiaban demasiado en su
superioridad numérica. Atacaron todos a la vez. "Empieza el baile",
pensó Syrah. Centró su objetivo en el soldado menos experimentado, esperó hasta
tenerlo justo encima de ella y le cortó el cuello limpiamente con la espada.
Aprovechó la fuerza de su impulso para parar una estocada directa a su abdomen.
Con la mano libre sacó una de las dagas que llevaba en el cinturón y se la
clavó a otro soldado en las costillas. Sólo quedaban tres, que inteligentemente
se habían alejado unos pasos de ella. La habían subestimado, y eso les había
costado la vida de dos hombres. Esta vez fue Syrah quien atacó. Cruzó su espada
con la del soldado y le dio un rodillazo en la entrepierna que lo hizo caer de
rodillas. Le clavó la daga en el pecho. Se giró justo a tiempo para ver cómo el
siguiente soldado descargaba su arma sobre ella. Se tiró al suelo y rodó para
esquivar el filo del arma. El otro soldado se mantenía al margen, observando
cualquier posibilidad de alcanzarla si bajaba la guardia. "Cobarde",
pensó. Se levantó con rapidez, justo a tiempo para parar otra estocada del
soldado. Con la daga hizo palanca entre el filo de las dos espadas y le arrancó
el arma de las manos, que cayó a unos metros de ellos. El soldado se miró las
manos atónito. Luego alzó la vista, siguiendo con los ojos la trayectoria de la
espada de Syrah, que se clavó en su abdomen. Syrah, sin sacar la espada de su
cuerpo, giró la cabeza para mirar al soldado que quedaba, que tiró su espada al
suelo y salió corriendo para alejarse de ella. "Cobarde", volvió a
pensar. Con la mano libre y una rapidez inusitada sacó otra daga de su
cinturón, un poco más corta que la anterior, y la lanzó hacia el soldado. El
arma se clavó entre sus omóplatos, atravesándolo y haciéndolo caer al suelo.
Syrah extrajo su espada del cadáver y recuperó la daga, devolviéndola a su
funda. Ya no podía permitirse perder más tiempo, o Sean sería coronado rey
antes de que ella pudiese hacer nada. Se dirigió a la sala del trono. De una
patada abrió las enormes puertas. Los murmullos de la sala cesaron y los ojos
de más de cien nobles se dirigieron hacia ella. Debía tener un aspecto
aterrador, pensó, empuñando una espada en una mano y una daga en la otra, y
cubierta de sangre de pies a cabeza. Las damas allí presentes soltaron un
gritito agudo. Syrah estaba segura de que alguna de ellas se desmayó. Sobre el
estrado donde se hallaba el trono, el chambelán real tenía la corona entre sus
manos, dispuesto a colocársela a Sean sobre la cabeza.
-¡Alto! ¡El hombre que está ahí
arriba es un impostor! -gritó señalando a Sean. El chambelán se quedó
paralizado con la corona en las manos.
-¿Cómo osas interrumpir esta
ceremonia, plebeya? -Sean, indignado, la fulminó con la mirada.
-¿Plebeya? ¿Es que ya no me
reconocéis, príncipe Sean? -dijo ella, recalcando las dos últimas palabras con
tono de burla.
Entonces Sean se tapó la boca con
las manos y ahogó un grito. Syrah continuó hablando.
-Me llamo Syrah, y soy vuestra
reina.
bueno bueno bueno... k bien lo has explicado, una acción rápida y fulminante, como me gustan los combates, otaku cada vez me sorprendes mas :)
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