Corría atravesando el bosque. Las
ramas se le enredaban en el pelo y sus pies descalzos tropezaban constantemente
con las raíces de los árboles. La fina lluvia empapaba su oscuro cabello,
resbalando en forma de gotas sobre su delicado rostro, pero a ella no le
importaba. Solo había una cosa que le importaba realmente. Él. La estaba
esperando. Cada segundo que pasara dentro de ese bosque era un segundo menos
que estaría entre sus brazos. Por eso siguió corriendo, hasta que salió de
aquel bosque.
Ante ella se encontraba el
paisaje más bonito que había visto en su vida. Se paró unos instantes a
contemplarlo. El agua cristalina del mar rompía furiosamente contra las rocas.
Y allí estaba él, sobre la roca más alta. Su silueta se recortaba sobre la luz
rojiza del atardecer. Entrecerró los ojos para verlo mejor a través de la
cortina de lluvia. Salió corriendo hacia las rocas y se abalanzó sobre él,
estrechándolo entre sus brazos. Las labios de él buscaron los suyos. La besó
con dulzura, con delicadeza, como si temiera que se fuera a romper. Ella le
devolvió el beso. Entonces él se separó de ella y le dijo: “Ahora me doy cuenta
de lo mucho que te he echado de menos”.
La volvió a besar, esta vez con
avidez. Ella le respondió con la misma pasión, con el mismo sentimiento
ardiente. El sol desapareció en el horizonte y la lluvia los empapaba, pero a
ellos no parecía importarle. Se tenían el uno al otro.
Aquella noche no la olvidarían
jamás.
a veces la distancia hace que nos demos cuenta de lo mucho que queremos a alguien y las pocas veces que se lo decimos cuando estamos cerca de ella.
ResponderEliminares una descripción preciosa de un momento por el que todos hemos pasado.
Me gusta tu blog, no dejes de escribir relatos como este. un saludo.
Me alegra haberte podido transmitir los sentimientos de este relato :) Muchas gracias por visitar el blog ^^
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