El funeral fue muy sencillo,
carente de lujos, como a ella le habría gustado. Acudió poca gente a la misa, y
también al cementerio. Matthew depositó la urna que contenía las cenizas de su
hermana en el pequeño ataúd blanco, decorado con rosas rojas. Sus flores
favoritas. Pero ella no estaba allí para disfrutar de su vista. Matthew se
alejó caminando cabizbajo, sorteando las hileras de lápidas, ignorando a los
compañeros que se acercaban para expresarle sus condolencias. No quería su
compasión. Quería alejarse de aquel lugar cuanto antes. Aceleró el paso y salió
corriendo del cementerio. Llegó a la puerta de su casa, una mansión de estilo
victoriano. Sacó las llaves del bolsillo de su chaqueta y con manos temblorosas
abrió la puerta. En el interior de la mansión no había nadie, le había dado el
día libre al personal. Subió los peldaños de la enorme escalera de la entrada.
Sus pasos apenas sonaban sobre la moqueta roja que cubría todo el suelo. Su
color favorito…. Sin darse cuenta, se encontró frente a la puerta de la
habitación de su hermana. Haciendo acopio de todas sus fuerzas, entró. Todo
estaba tal y como ella lo había dejado. El pequeño escritorio blanco donde ella
hacía los deberes, la cama con dosel de tela roja, las cortinas de terciopelo
del mismo color… Las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas, dejando
húmedos surcos en ellas. Cayó al suelo de rodillas y soltó un grito
desgarrador. “¿Por qué ella?” ¿No tenían suficiente con haberse llevado a sus
padres?
Entonces una cascada de recuerdos
inundó su mente. Diana, su hermana, tocando el piano. Era excepcional. Aquella
noche iba a tocar en un concierto en representación de su instituto. Ahora lo
entendía. Envidia. Alguien quería tocar en lugar de Diana, y esa era la mejor
manera de quitársela de encima. Matthew maldijo en silencio a esa cruel persona
capaz de hacerle semejante cosa a su hermana.
Mientras se hallaba sumido en sus
pensamientos, empezó a escuchar una tenue melodía. Alzó la cabeza y se secó las
lágrimas con el dorso de la mano. El sonido parecía proceder de la sala de
música. Matthew se incorporó y se dirigió con paso inseguro hacia allí. El
volumen de la melodía iba aumentando a medida que se acercaba a la sala. Abrió
la puerta. Allí estaba. El piano de Diana. La melodía salía de él. Matthew se
acercó al instrumento y abrió los ojos, sorprendido por lo que allí estaba
viendo. Las teclas del piano se movían como si alguien las estuviese tocando,
pero allí no había nadie. De repente, una figura etérea y semitransparente se
materializó ante sus ojos sobre el banco del piano. Matthew ahogó un grito. La
niña lucía un vestido blanco, y un lazo del mismo color le sujetaba los rizos
dorados, dejándolos caer delicadamente en cascada sobre los hombros. Sus ojos
eran como dos zafiros centelleantes sobre su pálido rostro. Sus dedos se movían
ágilmente sobre las teclas del piano. Matthew no pudo reprimir las lágrimas.
Era Diana, su hermana… Cerró los ojos, dejando que las lágrimas resbalasen por
sus mejillas.
Se prometió a sí mismo que nunca
se desprendería de aquel instrumento. El espíritu de Diana estaba ligado a él.
Desde aquel día, todas las noches
iba a la sala de música a ver a Diana. A escuchar la canción que su hermana
nunca llegó a tocar…
precioso, me encanta, las historias sobre hermanos son desgarradoras, alucinante.
ResponderEliminarme quedo con este al final :)
ResponderEliminar