miércoles, 13 de agosto de 2014

Sin reflejo

Sabía que te encontraría aquí. Agazapada en una esquina, como gato asustado, tiritando… ¿Es frío o es miedo? Alzas tu hermoso rostro, pálido como la luna y escondido tras irregulares nubarrones de pecas. Un brillo salvaje en la mirada: ¿Es locura o es temor?
¿Tienes miedo de mí, ojos de gato? Una botella de whisky barato rueda hasta quedar a mis pies. Has bebido demasiado y no te acuerdas de mí. Ni siquiera te acuerdas de ti misma.

Eras escurridiza como una anguila, pero yo te seguía, y mi corazón brincaba de alegría cada vez que me dedicabas unos segundos de tu hermoso tiempo. Esas interminables noches en las calles de París, donde tú, bailarina de los sueños, encandilabas a cualquier hombre; un atisbo de sonrisa, un leve pestañeo y todos caían rendidos a tus pies. Pero tú hacías como que no te dabas cuenta y seguías hablando conmigo, haciéndome sentir dichoso por tenerte cerca de mí.
Niña curiosa, tu cantarina risa alejaba el dolor de mi cuerpo y mitigaba la melancolía de mi alma. Tu luz deslumbraba todo a tu alrededor, aunque tú nunca quisiste verla. Tenías miedo de tu rostro, de verte reflejada en la superficie de la cucharilla del café. Sentías pánico de los espejos, de ver a tu copia perfecta al otro lado del cristal. ¿Es que acaso esperabas encontrar otra cosa aparte de la doble perfección? Dime… ¿qué pasa por tu mente ahora?

Un rápido movimiento me hace desviar la mirada hacia tus manos, que sujetan algo oscuro y metálico: una pistola. Tu mirada se vacía de repente y alzas el arma con ambas manos, apuntándome, aunque mirando más allá de mi persona, atravesando la oscuridad que se cierne sobre nosotros. Dime… ¿qué piensas?

No considero la posibilidad de apartarme o huir, el mejor fin para mi existencia es aquel en el que te veo a ti. Ah, mírame, contagiado de tu locura, paralizado ante el ineludible destino. ¿Por qué no me miras? Tus dedos acarician el gatillo y tu mirada sigue fija, impidiéndome disfrutar de la perdición en el color de tus ojos. En ese caso, cerraré yo los míos, dispuesto a aceptar lo inevitable.

El sonido de un disparo retumba en mis oídos, al mismo tiempo que se escucha un ruido de cristales rotos. Abro los ojos asombrado y me giro para ver, con sorpresa, el antiguo espejo hecho añicos. Un pequeño fragmento reluciente sobrevive agarrado al marco. Reflejado en él, puedo atisbar la blancura de tu rostro sonriente, transformado por la locura y la embriaguez. Y ese destello en tus ojos, la indómita mirada ha regresado.


Ah, nunca podrás soportar la existencia de otra como tú.