Ahora sí puedo oírlo,
sus pisadas en la hierba. Miro hacia atrás un instante, pero sólo consigo
vislumbrar un par de ojos inyectados en sangre. Se está acercando a mí, puedo
notar su aliento en mi nuca. Ordeno a mis piernas que sigan corriendo, no puedo
parar. No sé qué pasaría si eso me
atrapase; tampoco estoy dispuesta a quedarme para averiguarlo.
Justo cuando las
fuerzas empiezan a fallarme, los árboles se dispersan y salgo a campo abierto. Eso ha dejado de perseguirme, puedo oír
su aullido de frustración. Al parecer no puede salir del bosque. En otras
circunstancias me habría burlado o habría hecho algún comentario gracioso, pero
estoy demasiado asustada para atreverme a hacerlo. Mi respiración sigue
agitada. Me doblo un poco hacia delante, apoyando las manos en mis rodillas,
cierro los ojos y respiro hondo, hasta que mi respiración se normaliza. Cuento
hasta diez y abro los ojos.
Me decido a avanzar por
la árida llanura salpicada por algún matojo de hierbas secas. Dirijo la vista
hacia el cielo nocturno, hay luna llena, pero no me produce tranquilidad
alguna. Juraría que los cráteres son distintos a los de la Luna que yo conozco,
aunque no puedo afirmarlo con seguridad, nunca se me dio demasiado bien la
astronomía.
Tengo que averiguar de
una vez por todas dónde estoy, y cómo he llegado a este extraño lugar. ¿Quizás
estoy soñando? Cierro los ojos y me pellizco el puente de la nariz, como hacen
en las películas. Cuando abro los ojos, sigo viendo la misma triste llanura.
Vislumbro a lo lejos un
pequeño conjunto de casas. Hay algunas luces encendidas y una de las chimeneas
expulsa una columna de humo. Una chispa de esperanza se enciende en mi
interior. A lo mejor la gente que vive allí puede decirme dónde estoy. Las
alarmas de mi subconsciente me alertan: si había algo en el bosque dispuesto,
en el mejor de los casos, a acabar conmigo; ¿cómo puedo saber si los inquilinos
de esas casas no serán algo peor? Podría ser cierto…o no. Por el momento son mi
única esperanza, así que me dirijo hacia el pequeño pueblo.
Me gustaría poder ver
en un espejo la cara de tonta que se me ha quedado al llegar allí. Las casas
aparentemente habitadas que había visto a lo lejos…no están por ninguna parte.
En su lugar hay un puñado de casas semiderruidas; muchas de ellas parecen estar
a punto de derrumbarse. Genial, he depositado mis esperanzas en un espejismo.
Parece ser que estoy en lo que llaman “pueblo fantasma”. Avanzo un poco por las
calles, observando todo a mi alrededor. Me sobresalto al ver por el rabillo del
ojo un movimiento a mi derecha, pero sólo se trata de una mugrienta cortina
rasgada que se ha movido debido a una ráfaga de viento. En sus buenos tiempos
debería de haber sido blanca. “Un momento”, me digo a mí misma, obligándome a
parar. Desde que he llegado al pueblo no he notado ni una brizna de viento, ni
una pequeña brisa, nada. Es más, esto está envuelto en un silencio que podría
cortarse con un cuchillo. Entonces… ¿cómo ha podido moverse la cortina? Este
lugar comienza a darme mala espina.
De repente, una tenue
melodía invade mis oídos. En otra ocasión la habría considerado preciosa, pero
ahora lo único que consigue es añadir una atmósfera más inquietante al lugar.
Parece venir de un pequeño local que en sus buenos tiempos podría haber sido un
bar, o más bien una taberna. Algo me dice que no me acerque ni un paso más,
pero soy de naturaleza curiosa, siempre lo he sido, así que la curiosidad se
impone sobre mi sentido común y me acerco al edificio.
En la fachada principal
hay una puerta de entrada similar a las que salen en los bares de las películas
de cowboys que le gusta ver a mi
abuelo. Los cristales de las ventanas están hechos añicos y los pocos que
quedan intactos parecen no haber sido limpiados en varios años.
Una muchacha de entre
diez y doce años me devuelve la mirada. No, corrijo, me taladra con la mirada. Su pelo, negro como el carbón más puro,
contrasta notablemente con la palidez de su rostro, y sus ojos… sus ojos son
como dos pozos sin fondo en los que no me gustaría caer. El retrato tiene algo
que me inquieta, pero no consigo distinguir el qué. En la esquina inferior
derecha hay un nombre escrito; acerco la cara para poder leerlo.
MAEVE
La caligrafía parece la
de una niña pequeña. Podría ser el nombre de la chica del retrato, no lo sé.
Primero quiero averiguar de dónde sale la música.
No tengo que ir muy
lejos para averiguarlo, a mi espalda, apoyado en la pared opuesta a la del
retrato, se halla el artífice de tan extraña melodía: un pequeño piano
desvencijado. Lo más curioso es que sus teclas se mueven solas, pulsadas por
una mano invisible. Mi subconsciente me grita que huya de allí, que no me
acerque ni un solo paso más, pero desobedezco sus indicaciones y me aproximo al
instrumento para verlo mejor.
De repente, una risita
malévola a mi espalda me sobresalta y me hace mirar hacia atrás. Para mi
sorpresa, el retrato de la niña ha desaparecido. No puedo más, esto me supera.
Seguro que estoy siendo víctima de alguna broma pesada. Miro a mi alrededor
buscando algún tipo de cámara oculta. Nada. Vuelvo a oír otra vez la risa, pero
esta vez también susurra mi nombre “Chantal…Chantal…”.
El piano ha dejado de sonar. Salgo corriendo del local y me asomo justo a
tiempo para ver a una sombra escabulléndose hacia la parte trasera del
edificio. La sigo con paso ligero por una calle oscura que desemboca… en un
cementerio. Las lápidas están colocadas sin seguir ningún tipo de orden, por lo
que en algunas zonas se hallan apiñadas y en otras apenas hay. En el centro de
todo, hay una estatua de un ángel. Su rostro, de una belleza sobrehumana, está
congelado en un rictus de dolor.
Alrededor de la estatua
se enroscan los tallos de un rosal. Qué extraño, sus rosas son de color negro.
Algo me atrae hacia ellas. Incapaz de resistirme a su encanto, me acerco y rozo
con los dedos la aterciopelada superficie de una de las rosas. De repente, como
si de un tentáculo se tratase, uno de los tallos espinosos aprisiona mi tobillo
y me hace caer al suelo. Otros tres tallos me agarran las muñecas y el otro
tobillo. Sus espinas atraviesan mi piel, produciéndome un enorme dolor. La
sangre mana de las heridas abiertas. Me retuerzo intentando liberarme de mis
ataduras, pero sólo consigo que las espinas se claven más en mi piel.
Oigo otra vez la
risita. Una figura se acerca a mí. Su rostro me resulta familiar…claro, es la
niña del retrato. Va ataviada con un vestido color escarlata como el que
llevaban las doncellas de la Edad Media. Su pelo está recogido en la nuca en
forma de un intricado moño y lleva las manos enfundadas en unos guantes de
rejilla con los dedos al descubierto. Sus uñas están pintadas de negro. Clava
sus ojos en mí y siento cómo se introduce en mi mente, hurgando en mis
recuerdos. Lucho por permanecer consciente. “¿Quién eres…?”, consigo murmurar a
duras penas. La niña suelta una risita espeluznante: “Yo soy Maeve”. Alarga la mano hacia una de las rosas negras, la
coge con delicadeza y la acerca a mi nariz. Tiene un olor muy dulzón y
penetrante. La vista se me nubla y las fuerzas comienzan a abandonarme. Me
mantengo consciente el tiempo justo para ver cómo las dulces facciones de la
niña se transforman dando lugar a una cara de belleza sobrehumana y letal, como
la cara del ángel de la estatua. Me parece entrever una hilera de dientes
afilados entre sus labios. Luego, mi cabeza cae inerte hacia un lado mientras
todo se vuelve negro.
Tan sólo queda un olor:
sangre… El olor de la muerte.
* * *
Las paredes color
carmesí de la habitación estaban decoradas con todo tipo de crucifijos,
imágenes de vampiros y recortes de revistas de Halloween. En las estanterías se
podían apreciar todo tipo de novelas góticas. En el centro de la habitación,
tendida sobre una cama de sábanas negras, se hallaba una muchacha de tez
pálida; probablemente la dueña de la habitación. Sus ojos estaban cerrados. A
un lado de la cama se encontraban sus padres, que la observaban con la
preocupación pintada en el rostro mientras un hombre la tomaba el pulso.
-¿Ha averiguado qué le
ocurre a mi hija, doctor? –preguntó la madre con ojos llorosos. El médico negó
con la cabeza.
-No me había encontrado
con nada parecido en toda mi carrera como médico.
-¿Y no sabe cuándo
despertará?
-No podemos saberlo
–salió de la habitación cabizbajo-. No podemos saberlo…
La mujer se echó a
llorar, mientras su marido la agarraba por el brazo y la ayudaba a salir de la
habitación. Cerró la puerta tras ellos dejando la habitación a oscuras.
De repente, los
grisáceos ojos de la joven se abrieron. Se incorporó lentamente, observándolo
todo a su alrededor. Ella no necesitaba luz para ver. Esbozó una sonrisa
aterradora. Su vestimenta comenzó a cambiar, dando lugar a un espléndido
vestido carmesí. Sus labios se colorearon de rojo. Soltó una risita
espeluznante que dejó al descubierto una hilera de afilados dientes. Con una
inusitada agilidad se encaramó a la ventana abierta y saltó al exterior,
fundiéndose con las sombras de la noche.
¡Hola corazón!
ResponderEliminarDebido a ciertos problemas técnicos y como habrás podido comprobar, el banner del Reto 12000 páginas ha dejado de funcionar :( Pero... ¡No te preocupes! Hemos modificado el código, puedes volver a copiarlo de aquí: http://www.sintonialiteraria.blogspot.com/2011/12/reto-2012-12000-paginas.html
Si algún otro banner también ha dejado de funcionarte, sólo tienes que ir a su entrada y copiar el código nuevo, ¡Están todos solucionados!
¡Muchos besitos de café ♥ y perdona las molestias! :)
Mocca
Escribes de una forma increíble ^^
ResponderEliminarbesitos<3
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