miércoles, 1 de febrero de 2012

Relato "Comesueños"

Angustia. Dolor. Miedo… Un olor. Olor a sangre, el olor de la muerte…

 No tengo ni idea de dónde me encuentro. Estoy sentada en la hierba de lo que parece un claro de un bosque envuelto en tinieblas. Por más que miro a mi alrededor, sólo veo árboles. Miro hacia arriba, pero no puedo vislumbrar el cielo. Las oscuras ramas de los árboles lo cubren todo, aunque intuyo que es de noche por la oscuridad que me rodea. Noto las piernas entumecidas, así que decido incorporarme. Tengo húmeda la parte trasera de mis pantalones debido al rocío de la hierba. Me adentro en el bosque a tientas; parece que según voy avanzando las ramas de los árboles se alargan hacia mí como tenebrosos brazos. Está demasiado oscuro, apenas veo nada. Voy tanteando con las manos los rugosos troncos de los árboles. Rozo sin querer una corteza dentada y comienzo a sentir un dolor punzante en la palma de la mano. “Mierda”, mascullo. Me he cortado. No puedo ver la longitud del corte debido a la oscuridad, pero sí puedo sentir el olor metálico de la sangre que gotea por mi mano. Oigo un ruido de hojas siendo aplastadas y miro hacia atrás. No sé por qué tengo la sensación de que algo me observa. Un escalofrío recorre mi espina dorsal, puedo sentir sus ojos clavados en mí. Inquieta, comienzo a caminar más deprisa, todo lo que me permite mi limitada visión. Siento que me está persiguiendo, pero por el momento no consigo oír nada. De repente, un chillido aterrador rasga el silencio de la noche. Asustada, comienzo a correr. Las ramas de los árboles se me enredan en el pelo y, como afiladas cuchillas, rasgan la tela de mis vaqueros y mi camiseta. ¡Eh, que era mi conjunto preferido!
No es tiempo de pensar en eso, tengo que escapar como sea.

Ahora sí puedo oírlo, sus pisadas en la hierba. Miro hacia atrás un instante, pero sólo consigo vislumbrar un par de ojos inyectados en sangre. Se está acercando a mí, puedo notar su aliento en mi nuca. Ordeno a mis piernas que sigan corriendo, no puedo parar. No sé qué pasaría si eso me atrapase; tampoco estoy dispuesta a quedarme para averiguarlo.

Justo cuando las fuerzas empiezan a fallarme, los árboles se dispersan y salgo a campo abierto. Eso ha dejado de perseguirme, puedo oír su aullido de frustración. Al parecer no puede salir del bosque. En otras circunstancias me habría burlado o habría hecho algún comentario gracioso, pero estoy demasiado asustada para atreverme a hacerlo. Mi respiración sigue agitada. Me doblo un poco hacia delante, apoyando las manos en mis rodillas, cierro los ojos y respiro hondo, hasta que mi respiración se normaliza. Cuento hasta diez y abro los ojos.

Me decido a avanzar por la árida llanura salpicada por algún matojo de hierbas secas. Dirijo la vista hacia el cielo nocturno, hay luna llena, pero no me produce tranquilidad alguna. Juraría que los cráteres son distintos a los de la Luna que yo conozco, aunque no puedo afirmarlo con seguridad, nunca se me dio demasiado bien la astronomía.

Tengo que averiguar de una vez por todas dónde estoy, y cómo he llegado a este extraño lugar. ¿Quizás estoy soñando? Cierro los ojos y me pellizco el puente de la nariz, como hacen en las películas. Cuando abro los ojos, sigo viendo la misma triste llanura.

Vislumbro a lo lejos un pequeño conjunto de casas. Hay algunas luces encendidas y una de las chimeneas expulsa una columna de humo. Una chispa de esperanza se enciende en mi interior. A lo mejor la gente que vive allí puede decirme dónde estoy. Las alarmas de mi subconsciente me alertan: si había algo en el bosque dispuesto, en el mejor de los casos, a acabar conmigo; ¿cómo puedo saber si los inquilinos de esas casas no serán algo peor? Podría ser cierto…o no. Por el momento son mi única esperanza, así que me dirijo hacia el pequeño pueblo.



Me gustaría poder ver en un espejo la cara de tonta que se me ha quedado al llegar allí. Las casas aparentemente habitadas que había visto a lo lejos…no están por ninguna parte. En su lugar hay un puñado de casas semiderruidas; muchas de ellas parecen estar a punto de derrumbarse. Genial, he depositado mis esperanzas en un espejismo. Parece ser que estoy en lo que llaman “pueblo fantasma”. Avanzo un poco por las calles, observando todo a mi alrededor. Me sobresalto al ver por el rabillo del ojo un movimiento a mi derecha, pero sólo se trata de una mugrienta cortina rasgada que se ha movido debido a una ráfaga de viento. En sus buenos tiempos debería de haber sido blanca. “Un momento”, me digo a mí misma, obligándome a parar. Desde que he llegado al pueblo no he notado ni una brizna de viento, ni una pequeña brisa, nada. Es más, esto está envuelto en un silencio que podría cortarse con un cuchillo. Entonces… ¿cómo ha podido moverse la cortina? Este lugar comienza a darme mala espina.

De repente, una tenue melodía invade mis oídos. En otra ocasión la habría considerado preciosa, pero ahora lo único que consigue es añadir una atmósfera más inquietante al lugar. Parece venir de un pequeño local que en sus buenos tiempos podría haber sido un bar, o más bien una taberna. Algo me dice que no me acerque ni un paso más, pero soy de naturaleza curiosa, siempre lo he sido, así que la curiosidad se impone sobre mi sentido común y me acerco al edificio.

En la fachada principal hay una puerta de entrada similar a las que salen en los bares de las películas de cowboys que le gusta ver a mi abuelo. Los cristales de las ventanas están hechos añicos y los pocos que quedan intactos parecen no haber sido limpiados en varios años.

Ahora sí puedo oír la música con claridad, estoy segurísima de que viene de ahí dentro. Con paso un poco titubeante me adentro en el local. Las bisagras de la doble puerta chirrían a mi paso. El interior se halla en vuelto en penumbras, pero puedo distinguir bien las siluetas de los objetos. Está completamente en ruinas, parece que hubiera pasado un ciclón por aquí dentro: mesas y sillas rotas, volcadas, botellas por el suelo, trozos de cristal… En una de las paredes hay un retrato rodeado por un bonito marco de flores. Mis pasos hacen crujir la madera del suelo cuando me acerco para verlo mejor.

Una muchacha de entre diez y doce años me devuelve la mirada. No, corrijo, me taladra con la mirada. Su pelo, negro como el carbón más puro, contrasta notablemente con la palidez de su rostro, y sus ojos… sus ojos son como dos pozos sin fondo en los que no me gustaría caer. El retrato tiene algo que me inquieta, pero no consigo distinguir el qué. En la esquina inferior derecha hay un nombre escrito; acerco la cara para poder leerlo.



MAEVE

La caligrafía parece la de una niña pequeña. Podría ser el nombre de la chica del retrato, no lo sé. Primero quiero averiguar de dónde sale la música.

No tengo que ir muy lejos para averiguarlo, a mi espalda, apoyado en la pared opuesta a la del retrato, se halla el artífice de tan extraña melodía: un pequeño piano desvencijado. Lo más curioso es que sus teclas se mueven solas, pulsadas por una mano invisible. Mi subconsciente me grita que huya de allí, que no me acerque ni un solo paso más, pero desobedezco sus indicaciones y me aproximo al instrumento para verlo mejor.

De repente, una risita malévola a mi espalda me sobresalta y me hace mirar hacia atrás. Para mi sorpresa, el retrato de la niña ha desaparecido. No puedo más, esto me supera. Seguro que estoy siendo víctima de alguna broma pesada. Miro a mi alrededor buscando algún tipo de cámara oculta. Nada. Vuelvo a oír otra vez la risa, pero esta vez también susurra mi nombre “Chantal…Chantal…”. El piano ha dejado de sonar. Salgo corriendo del local y me asomo justo a tiempo para ver a una sombra escabulléndose hacia la parte trasera del edificio. La sigo con paso ligero por una calle oscura que desemboca… en un cementerio. Las lápidas están colocadas sin seguir ningún tipo de orden, por lo que en algunas zonas se hallan apiñadas y en otras apenas hay. En el centro de todo, hay una estatua de un ángel. Su rostro, de una belleza sobrehumana, está congelado en un rictus de dolor.

Alrededor de la estatua se enroscan los tallos de un rosal. Qué extraño, sus rosas son de color negro. Algo me atrae hacia ellas. Incapaz de resistirme a su encanto, me acerco y rozo con los dedos la aterciopelada superficie de una de las rosas. De repente, como si de un tentáculo se tratase, uno de los tallos espinosos aprisiona mi tobillo y me hace caer al suelo. Otros tres tallos me agarran las muñecas y el otro tobillo. Sus espinas atraviesan mi piel, produciéndome un enorme dolor. La sangre mana de las heridas abiertas. Me retuerzo intentando liberarme de mis ataduras, pero sólo consigo que las espinas se claven más en mi piel.

Oigo otra vez la risita. Una figura se acerca a mí. Su rostro me resulta familiar…claro, es la niña del retrato. Va ataviada con un vestido color escarlata como el que llevaban las doncellas de la Edad Media. Su pelo está recogido en la nuca en forma de un intricado moño y lleva las manos enfundadas en unos guantes de rejilla con los dedos al descubierto. Sus uñas están pintadas de negro. Clava sus ojos en mí y siento cómo se introduce en mi mente, hurgando en mis recuerdos. Lucho por permanecer consciente. “¿Quién eres…?”, consigo murmurar a duras penas. La niña suelta una risita espeluznante: “Yo soy Maeve”. Alarga la mano hacia una de las rosas negras, la coge con delicadeza y la acerca a mi nariz. Tiene un olor muy dulzón y penetrante. La vista se me nubla y las fuerzas comienzan a abandonarme. Me mantengo consciente el tiempo justo para ver cómo las dulces facciones de la niña se transforman dando lugar a una cara de belleza sobrehumana y letal, como la cara del ángel de la estatua. Me parece entrever una hilera de dientes afilados entre sus labios. Luego, mi cabeza cae inerte hacia un lado mientras todo se vuelve negro.



Tan sólo queda un olor: sangre… El olor de la muerte.





*                      *                      *





Las paredes color carmesí de la habitación estaban decoradas con todo tipo de crucifijos, imágenes de vampiros y recortes de revistas de Halloween. En las estanterías se podían apreciar todo tipo de novelas góticas. En el centro de la habitación, tendida sobre una cama de sábanas negras, se hallaba una muchacha de tez pálida; probablemente la dueña de la habitación. Sus ojos estaban cerrados. A un lado de la cama se encontraban sus padres, que la observaban con la preocupación pintada en el rostro mientras un hombre la tomaba el pulso.

-¿Ha averiguado qué le ocurre a mi hija, doctor? –preguntó la madre con ojos llorosos. El médico negó con la cabeza.

-No me había encontrado con nada parecido en toda mi carrera como médico.

-¿Y no sabe cuándo despertará?

-No podemos saberlo –salió de la habitación cabizbajo-. No podemos saberlo…

La mujer se echó a llorar, mientras su marido la agarraba por el brazo y la ayudaba a salir de la habitación. Cerró la puerta tras ellos dejando la habitación a oscuras.

De repente, los grisáceos ojos de la joven se abrieron. Se incorporó lentamente, observándolo todo a su alrededor. Ella no necesitaba luz para ver. Esbozó una sonrisa aterradora. Su vestimenta comenzó a cambiar, dando lugar a un espléndido vestido carmesí. Sus labios se colorearon de rojo. Soltó una risita espeluznante que dejó al descubierto una hilera de afilados dientes. Con una inusitada agilidad se encaramó a la ventana abierta y saltó al exterior, fundiéndose con las sombras de la noche.


3 comentarios:

  1. ¡Hola corazón!

    Debido a ciertos problemas técnicos y como habrás podido comprobar, el banner del Reto 12000 páginas ha dejado de funcionar :( Pero... ¡No te preocupes! Hemos modificado el código, puedes volver a copiarlo de aquí: http://www.sintonialiteraria.blogspot.com/2011/12/reto-2012-12000-paginas.html

    Si algún otro banner también ha dejado de funcionarte, sólo tienes que ir a su entrada y copiar el código nuevo, ¡Están todos solucionados!

    ¡Muchos besitos de café ♥ y perdona las molestias! :)

    Mocca

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  2. Escribes de una forma increíble ^^

    besitos<3

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  3. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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