miércoles, 28 de septiembre de 2011

Miriam

Corrían atravesando el prado. No, volaban. Los cascos del caballo levantaban pequeños terrones de hierba a su paso. Miriam sujetaba las riendas de cuero curtido con fuerza. En ellas había un nombre grabado, "Vendaval". Así se llamaba el blanco corcel que montaba. El caballo relinchó feliz al sentirse al aire libre, pues no estaba acostumbrado a salir de los establos, y menos en plena noche. Ella también gritó de júbilo. Miró al cielo, salpicado de estrellas. No había luna, así que el inmaculado pelaje del corcel era la única luz en la oscuridad. Miriam sonrió, no podrían encontrarla en aquella noche absoluta.

El viento le alborotaba el rubio cabello y el frío se colaba por debajo de su ropa. Llevaba puesto un camisón de fina seda blanca e iba descalza. En el cuello llevaba un delicado encaje decorado con un lazo rosa. Se maldijo por no haber pensado en cojer algo para abrigarse.

 Miró hacia atrás y observó la tétrica fortaleza negra. Su cuerpo se estremeció en un escalofrío al recordar las salvajes torturas a las que había sido sometida. Sacudió la cabeza para eliminar todos aquellos pensamientos. Eso ahora no importaba. Era libre. Eso era lo más importante. Lágrimas de alegría comenzaron a salir de sus ojos color esmeralda, atravesando su pálido rostro surcado por pequeñas pecas. Cabalgaba hacia un futuro incierto, pero no le importaba su futuro mientras el destino la mantuviese lejos de aquel lóbrego lugar.

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